Según un experimento que hemos realizado sobre la contaminación acústica en nuestro centro uno de los contaminantes que afectan más gravemente a la comunidad educativa es, precisamente, el ruido.
Alrededor de un 60% de los centros educativos no cuenta con medidas para prevenir el ruido que invade las aulas y que puede causar agotamiento y estrés en los docentes, además de dificultar los procesos de atención y aprendizaje de los alumnos. El nivel recomendable de decibelios en un aula es de 35, según la Organización Mundial de la Salud.
De este modo, los docentes se ven expuestos a situaciones de estrés muy alto, agotamiento físico e incluso patologías de la voz, debido a que están obligados a elevar el tono cuando el ruido, tanto exterior como interior, dificulta el desarrollo normal de las clases
El alumnado, por otro lado, no sólo pierde gran parte de su capacidad cognitiva, sino que sufre de falta de concentración, problemas de sueño y dolores de cabeza. Además, los niños y jóvenes ven incrementado drásticamente su nivel de irritabilidad y agresividad.
Sabiendo esto, hemos realizado en nuestras aulas una experiencia para detectar la cantidad de dB a la que estamos sometidos de forma que podamos conocer la realidad de nuestro centro y plantear posibles soluciones. Los resultados son alarmantes:
En situaciones de “silencio total”, es decir, cuando el alumnado está trabajando en silencio, la cantidad de decibelios oscila entre 50 dB y 60 dB. Esto es llamativo ya que, a pesar de que la clase esté en total silencio, debido a la situación provocada por la pandemia COVID deben estar puertas y ventanas abiertas, con el consecuente ruido ambiental. En situaciones en las que el trabajo en clase es más participativo se alcanzan fácilmente los 90 dB, rozándose en los intercambios de clase los 100dB.
La situación no mejora en zonas donde no hay alumnado, como es el caso de la sala de profesores. En este lugar, incluso en la situación epidemiológica actual en la que nos encontramos, con controles de aforo, se alcanzan recurrentemente los 80 dB.
Posibles soluciones
Muchos centros en España ya han tomado cartas en el asunto, adoptando medidas como la implementación de monitores que miden el nivel de ruido en zonas conflictivas como el comedor, la instalación de techos, paredes y suelos con materiales que absorben el sonido.
También es bastante frecuente el uso de pelotas de goma en las patas de las sillas para limitar el ruido generado por el movimiento del mobiliario.